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EL ESPACIO QUE HABITAMOS

En general, las personas somos conscientes de que vivimos en un tiempo y un espacio. Sabemos, por ejemplo, que vivimos en San Juan, en tiempos de coronavirus. Uf! Tremenda circunstancia. Pero, ¿tenemos verdadera consciencia de los condicionamientos que eso implica en nuestras vidas?

Vamos a hablar del espacio, o mejor dicho de los espacios que habitamos, porque si algo caracteriza a este tiempo histórico es la diversidad, entre otras cosas, de los lugares en los que nos movemos, los que construimos y nos construyen.

Dicen quienes saben, que el mundo es urbano. Es decir, existen zonas rurales pero estas tienen características urbanas, por los efectos de los medios de comunicación y la globalización. También sabemos que nuestros espacios modernos y urbanos no son solo los tangibles sino que también habitamos, cada vez más, los ciberespacios. ¡Uau! Mucho para mirar.

En relación a esto es importante tomar como punto de partida el derecho a la ciudad como un “paraguas” que debería garantizar una serie de derechos contenidos en él: a la vivienda, a los servicios urbanos, al espacio público, etc. Como bien dice la teoría feminista, el espacio público no está desconectado del espacio privado, no son contrapuestos, sino que fluyen uno con el otro. Por ejemplo, si nuestros chicos no tienen un lugar donde jugar en el barrio, con sus pares, seguramente estarán encerrados en su casa; y al revés, si dentro del hogar se viven situaciones de violencia, les niñes buscarán otros espacios afuera (que puede ser el afuera virtual también).

Ahora pensemos, el espacio público-privado ¿está disponible de igual forma para todas las personas? ¿Todes somos igualmente ciudadanes? ¿El espacio está equitativamente distribuido y equipado para todas las personas que vivimos en esta provincia? A vuelo de pájaro, se me ocurren algunos ejemplos para pensar estas cuestiones:

  • Los barrios de clase media y alta están ubicados en el radio central del Gran San Juan, con excepción de los barrios privados, que prefieren la periferia para mejor calidad de vida, y tienen los medios para superar el factor distancia. De todas maneras, en los dos casos, es notable la diferencia de equipamiento que poseen estos en relación a los sectores de bajos recursos económicos: provisión de agua, cloacas, internet, alumbrado público, asfalto, plazas, administración pública, etc. En general, en estos últimos el Estado se hace presente casi exclusivamente a través de las fuerzas de seguridad y de la escuela (el valor de la escuela pública).

Después de todo, ¿quiénes son les usuarios de los mega puentes céntricos y sus destellos nocturnos? ¿A quiénes está destinado el elegante teatro nuevo? ¿Pueden los “cabecitas negras” poner “las patas en la fuente”? Soberbia y costosa obra pública, ¿para qué ciudadanes?

  • Las mujeres vemos restringida nuestra posibilidad de habitar y transitar el espacio urbano en comparación con los varones. No existen carteles que nos prohíban el paso, sin embargo esto sucede a través de distintos mecanismos: el miedo a la violencia que se ejerce hacia nosotras en las calles, en los lugares de trabajo, en los transportes y en nuestros propios hogares. Son noticia diaria los femicidios, las violaciones, el acoso callejero y laboral y las distintas formas de violencia de género que sufrimos a diario. También las desigualdades en el acceso a puestos de decisión y planificación, donde nuestras problemáticas no son tenidas en cuenta. De todas maneras, las mujeres seguimos construyendo espacios y corriendo los límites en los comedores y merenderos comunitarios, en las marchas feministas que copan las calles, en las asambleas de los movimientos de mujeres e identidades sexuales diversas (que se reúnen a pesar de estar rodeada de policías), en las luchas por vivienda y otras necesidades.
  • Las niñas, niños y adolescentes ¿disponen de lugares apropiados para ejercer sus derechos, tanto dentro como fuera de sus casas? De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, una de cada 5 niñas y uno de cada 13 niños sufren abuso sexual, la mayoría por parte de las personas de su círculo cercano, es decir, en sus hogares o los de personas allegadas. ¡En sus propios espacios! ¡Gravísimo! Además, el avance de la urbanización en el conglomerado del Gran San Juan privilegia las autovías, recortando el espacio de esparcimiento, fomentando el uso de vehículos a motor, lo que redunda en menos lugares de juego para niños y niñas. Los improvisados partidos de fútbol en las calles de barrio o en los terrenos baldíos ya casi no se ven. Las personas adultas nos quejamos del  sedentarismo y el ensimismamiento de la niñez y la juventud en sus celulares o tablets, pero no nos cuestionamos qué alternativas se les ofrece como ciudadanes. En una entrevista a niñes de un merendero del barrio Wilkinson, cuando les preguntaron por la vida en su barrio contaron con detalles cómo cambió desde que un corredor rápido atravesó su zona, impidiéndoles jugar a la pelota o cruzar a la plaza. Además, llevan contados los perros (sus mascotas) atropellados por automóviles, y los accidentes que presenciaron, algunos de ellos muy cruentos. Por otra parte, en tiempos de aislamiento forzoso, el Ministerio de Educación dispuso que las clases fueran virtuales, para lo cual, obviamente, es necesario contar con conexión a internet, medida que deja afuera de la posibilidad de educarse en cuarentena a miles de niñas, niños y adolescentes. ¿Alguien tiene en cuenta la voz y las necesidades de las infancias y adolescencias al planificar las ciudades? ¿No son acaso ciudadanes también?
  • ¿Qué podrían decir al respecto las personas con discapacidades, si fueran consultadas? Los tan mentados lentes para mirar la ciudad desde la discapacidad, recomendados desde la planificación urbana, parecieran no ser utilizados por quienes tienen en sus manos las decisiones y ejecuciones. Numerosas y enormes barreras arquitectónicas, culturales y simbólicas hacen difícil, sino imposible vivir la ciudad cuando las limitaciones físicas se imponen. Pensemos cómo hace una persona que se moviliza en silla de ruedas para llegar en un medio de transporte desde un barrio al centro, cómo paga sus cuentas, compra sus provisiones o lleva sus hijes a la escuela, por ejemplo, tareas cotidianas en la vida de cualquier persona. Lo mismo para las personas ciegas, sordas o con dificultades propias de la edad avanzada. No alcanza con la solidaridad o la ayuda para cruzar una calle; es necesario que se garantice su acceso a la ciudad y su autonomía.
  • Las murgas y otras expresiones populares fueron expulsadas violentamente de parques y plazas; les jóvenes de apariencia distinta a la hegemónica son perseguidos por la fuerza policial; quienes transitan en bicicleta sin ser de las élites ciclistas, son demorados por “portación de rostro”. Ni hablar en esta situación de pandemia, en la que las fuerzas represivas se sienten habilitadas a usar mecanismos ilegales e inhumanos en forma desenfrenada, sobre todo contra les pobres.
  • Finalmente, como en el orden de permiso para existir, les trans, travestis, trabajadoras sexuales y otras identidades sexuales, ¿son ciudadanes de la misma categoría que una maestra? ¿Gozan de las mismas libertades y asistencia que el dueño de un comercio? ¿Pueden transitar por cualquier calle? ¡Qué tema! Me recuerda que hace unos meses un sanjuanino se mostró trasvestido en pleno centro como forma de protesta contra el uso del entorno de su casa por parte de trabajadores sexuales. ¿No es eso acaso un intento de apropiarse del espacio público, de manera excluyente? Si alguien sabe de persecución policial en esta o en cualquier ciudad son elles, quienes hasta hace poco tiempo se refugiaban en la oscuridad de la noche, porque su presencia incomoda a los “buenos vecinos”.

Sin pretensión de agotar los distintos grupos excluidos del abarcador “derecho a la ciudad”, podemos pensar respuestas a los cuestionamientos de partida, y también nuevas preguntas que profundicen y amplíen este panorama, con empatía y desde un enfoque crítico que nos ayude a desnaturalizar la concepción que tenemos de una ciudad “dada”, en la cual cotidianamente nos sumergimos, forcejeamos ante sus aprietes y la mayor parte de las veces, nos adaptamos.

Y vos, joven de pelo violeta, ¿qué tenés para decir?

Usted, señor con una psicopatología, ¿qué necesita de esta ciudad?

Malabarista de los semáforos, ¿cómo te trata la urbe?

Las mujeres que corren todo el día de sus casas al trabajo, y vuelta a sus casas a seguir trabajando, haciendo múltiples escalas en los caminos de ida y vuelta para llevar y traer hijes de la escuela o el hospital, ¿cómo se les haría más fácil, menos opresivo?

Dicen que el primer paso es reconocer, así que…empecemos.

 

Virginia Córdoba

Estudiante de Sociología, militante de Mala Junta-Frente Patria Grande

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