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Agua en el desierto, “fuente” de vida, refresco y diversión

Por Diego Garcés León

¿Qué significa un ojo de agua en medio del desierto? Probablemente resulte un milagro ante quienes se aparezca. San Juan es una provincia caracterizada por su clima desértico. Desde pequeños en la escuela aprendemos que vivimos en un pequeño oasis, alimentado por los ríos, cuyos rebeldes cauces son controlados por un sistema de diques que regulan las cuencas de los manantiales cordilleranos. Fuera de las aulas, nuestros ritos populares colocan el agua en el centro de nuestras vidas. La Difunta Correa, aquella mujer que muriera en medio de desierto sanjuanino es continuamente ofrendada con botellas de agua. De esta manera el agua se vuelve en nuestras vidas mucho más que un recurso de necesidad vital, el agua adopta un carácter simbólico muy importante, el agua es poder y de allí deriva que la historia de nuestro desierto pueda ser caracterizada como una constante disputa por el control de los recursos hídricos. Desde la ocupación de los territorios huarpes y el desecamiento de las lagunas de Guanacache para el “próspero” desarrollo de la vid, hasta las recientes obras que posibilitaron la construcción de Caracoles y Punta Negra, San Juan se erige como un oasis en el que su población crece gracias al dominio que ejerce sobre los escasos recursos hídricos que posee.

Construir entonces un enorme espejo de agua en medio de la Capital de San Juan, donde es noticia cada año el señor o la señora que cocina un bife sobre el asfalto, un lugar donde se agradece el brote de cada mora, cada plátano y donde se extrañan las sombras de los magníficos paraísos que supimos tener, es sin duda algo maravilloso. La nueva Plaza del Bicentenario, espacio recuperado en plena capital, en donde está ubicado la más faraónica obra de los últimos años, el Teatro del Bicentenario, corona con una gigantesca fuente de agua la historia provincial, en la que San Juan se ve dignificado por su gran capacidad de hacer ostentación de su bien más preciado.

Caminar alrededor de la fuente de la nueva plaza, es una sensación controvertida. Casi que uno se siente amenazado por la arquitectura del lugar, quizás porque no hay que ser economista ni ingeniero civil para comprender que en la construcción de ese sitio se gastó más millones que en la de cualquier otro proyecto de urbanización, que en la construcción de cualquier barrio. La extraña sensación de que se está en casa ajena, hace un lugar en la carne para una pregunta. ¿Para quiénes se hizo esta magnífica obra? Por supuesto que el discurso oficial afirmará constantemente que se trata de un lugar para todos los sanjuaninos y sanjuaninas. Sin embargo a pocos días de la inauguración de la plaza empezamos a comprender otro discurso, que afirma algo muy distinto.
Podríamos remontarnos a los primeros días en que comenzó a funcionar el teatro, cuando estrenaron clásicas obras extranjeras en el interior del mismo, mientras que el lugar reservado para los artistas locales era la puerta de la “pirámide”. Los faraones y sus súbditos más cercanos disfrutaron dentro de la magnífica sala que quizás superó a la sala del Auditorio Juan Victoria, considerada hasta entonces una de las mejores salas acústicas de Sudamérica, mientras que la plebe se mantuvo en la puerta escuchado sus cánticos con la acústica que el viento proveyó. Pero ha sido otro acontecimiento reciente, el que demuestra cómo a pesar de lo que pueda afirmar cualquier discurso oficial, por más que haya sido gestado y financiado desde el seno de políticas que sí fueron para todos y todas, el nuevo teatro del bicentenario de San Juan no lo es.
El pasado sábado 21 de enero de 2017 fue uno de esos días record de calor en la provincia. Caminar por el centro podía resultar hasta insalubre ya que el calor era insoportable. El domingo los diarios provinciales replicaron a coro una noticia del día anterior. Una familia que se encontraba quizás recorriendo por primera vez aquel sitio supuestamente construido para ellos, decidió refrescarse y aliviar el calor de sus hijos y el propio, haciendo uso de la nueva fuente del teatro. La reacción de quienes felizmente tributan al actual faraón, así como quienes se oponen a él sin tener claro porqué, no tardó en llegar.

“Cuando sos indio no hay nada que te pueda cambiar, ni el sentido común , ni el respeto, y mucho menos la educación ….Cuando sos de cuarta no hay nada que se pueda hacer…”
“Un poco de sentido común. Pasa que la chusma es la chusma, los villas son los villas. Por más que se les diga no hacer esto, lo van hacer porque no tienen clase ni cultura y mucho menos razonamiento. Siempre estarán estas gordas villas que opacan el paisaje…”

Valgan a modo de ejemplo estos dos de los millones de comentarios que en este sentido pueden encontrarse en la nota publicada el domingo 22 en Diario de Cuyo para tratar de comprender cómo es que las obras millonarias no están pensadas para todos y todas.

Es una real pena que no todos y todas tengamos lugar para disfrutar de la obra pública para la que hemos aportado. El espejo de agua que debiera de simbolizar nuestra sociedad, nuestra capacidad para compartir aquello que en San Juan puede resultar milagroso, nada más y nada menos que el agua, resulta por el contrario aprovechado para hacer resurgir los gérmenes más desagradables de la historia, el racismo, el clasismo y la xenofobia. Cuando se vuelve a los lugares públicos sitios únicamente para el deleite visual, se los convierte en lugares vacíos, aquello que Augé insistió en llamar no lugares, se los transforma en lugares que no pueden digerir a la gente que intenta apropiárselos y lo expulsa, los vomita hacia una periferia que cuanto más lejana sea mejor. La fuente del bicentenario es el resurgir de la expulsión huarpe y desecamiento de sus lagunas, es la nueva maquinaria de conquista que nos enseña que el agua debe estar quieta, para reflejar los rostros ideales a los que se les permite transitar sin documentos ni demoras por la peatonal. Cualquier otro uso o apropiación de nuestro patrimonio resulta ultrajante. No importa que en Europa o en Estados Unidos las fuentes estén llenas de niños jugando y que en vez de en policía para que la gente no se acerque, se gaste parte importante del presupuesto en mantener limpia la fuente, para que todas las familias quieran regresar a bañarse al día siguiente. ¿Será que nuestro color oscurece el agua clara?

Mientras parte de la sociedad sanjuanina se escandaliza y grita a viva voz porque las gordas villas opacan el paisaje, o porque los indígenas quieren recuperar el agua que les arrebató la historia genocida de nuestra nación, ignoran que el manantial está contaminado desde sus nacientes. Mantienen silencio mientras la empresa que coparticipa en la obra pública reconoce de forma explícita que derraman cianuro y metales pesados en el agua que luego beben sus hijos. Vaya paradoja la del progreso que purifica en la Capital las aguas mugres contaminadas de la cordillera, para que luego los agentes patógenos sean las personas que más necesitan del agua, ya sea para reflejarse y recuperar el rostro que la colonia les niega, ya sea para meter las patas dentro de la fuente, revolver la quietud de la historia y transformar el paisaje. Ojalá que la nueva fuente no pueda salvarse de un nuevo “aluvión zoológico”, para que así no exista más el silencio del magestuoso del travertino y que irrumpa en la siesta el griterío de los niños. Esa es la fuente con la que soñamos algunos.

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